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“Más que la negación completa de la existencia de Dios, Nietzsche afirma su muerte para poner de manifiesto la libertad ante la que ahora se encuentra el ser humano.”

12 de marzo de 2014

Alma López Vale durante el Ciclo "Las frases de los filósofos"

Alma López Vale, becaria de investigación FPI-UNED en el Departamento de Filosofía de la UNED, ha impartido este viernes 7 de marzo, una charla en torno a la frase “Dios ha muerto” de Friedrich Nietzsche.

La investigadora López Vale, licenciada en Filosofía y en Antropología Social y Cultural trató el origen y significado de la frase “Dios ha muerto” de Nietzsche. Han asistido cincuenta personas y la charla se ha podido seguir gratuitamente por streaming.

Hablamos con ella al término de su ponencia.

P. Gracias por tu charla sobre la frase “Dios ha muerto”, que todo el mundo conoce y atribuye a Nietzsche. ¿Es esto cierto?

R. Muchas gracias a ti, Julio, por la oportunidad de estar hoy aquí y a la UNED, por permitir reuniones como ésta. Como dices, la frase “Dios ha muerto” es atribuida a Nietzsche, pero esta atribución no sería del todo correcta, pues antes que él diversos filósofos y pensadores ya habían anunciado el mismo hecho.

Rastreando el origen de esta afirmación nos encontramos que se remonta a los inicios mismos del siglo XIX, pues ya en 1802 Hegel la habría anunciado –de modo más triste y apesadumbrado que Nietzsche, eso sí-. Tras este primer anuncio muchos otros autores del ámbito alemán como Heine, Richter, Strauss, Feuerbach, Marx… habrían estudiado la cuestión, reiterando la afirmación. También en otros lugares, como Francia, se puede encontrar preocupación por esta cuestión: los enciclopedistas, por ejemplo, como también Baudelaire y Comte.

Por tanto, estamos ante una idea más o menos extendida cuando Nietzsche entra en escena. No sería del todo original en esto.

P. Si era una idea compartida, ¿de dónde procede? ¿Podrías darnos algún detalle más acerca de su origen?

R. El origen de esta idea habría que situarlo en los inicios de la Modernidad o incluso antes, en los primeros momentos del Renacimiento, pues sus características constituyen la condición de posibilidad para que la muerte de Dios pueda llegar a hacerse efectiva. Por apuntar de modo general algunas pistas, debemos pensar en el descubrimiento de América, que nos puso en contacto con nuevas y muy diferentes culturas (no solo la judaica y la islámica, monoteístas igual que el cristianismo), así como la caída del feudalismo y la apertura al sistema de clases, con el que se abren las fronteras de movilidad social.

Sin embargo, la característica socio-cultural principal sería la Reforma luterana, tradición en la que además se inscriben los pensadores más directamente asociados al posterior anuncio de la muerte de Dios. Sin duda, la lectura directa y posible interpretación de las Escrituras son fundamentales para el acercamiento de Dios a todos, dejando de estar monopolizado por los representantes de la Iglesia.

Tampoco debemos olvidar el gran desarrollo de la ciencia, la nueva ciencia, en la que se abandona el heliocentrismo y comienza a naturalizarse el mundo. La explicación de los fenómenos celestes y terrestres por causas mecánicas y naturales, sin la necesidad de intervención divina constante, dará como resultado la caída de Dios.

Durante la Modernidad la filosofía en general desarrollará la idea de “hombre” y su “representación” de la imagen del mundo, en la cual las cosas ya no son dadas, no están ahí de modo incuestionable, sino que me aparecen a mí, a cada subjetividad que las constituye. Se aleja, entonces, de la imagen divina para constituir su propia representación.

La filosofía de la religión en particular se hará eco de estas posturas y comenzarán a formular un mundo sin la intervención divina (como el caso de Leibniz, según quien vivimos ya en el mejor de los mundos posibles, que no necesitan ajustes) o con meras revisiones y puestas a punto periódicas -que sería el caso de Newton-, pero en todo caso sin la omnipresencia divina y su constante intervención. Si miramos a Kant, figura culmen de la Modernidad y tránsito a una nueva época, la cuestión divina será una cuestión “práctica”, moral, dejando de interferir en la investigación científica.

P.Nietzsche pone en boca de diferentes personajes el anuncio de la muerte de Dios. ¿Por qué la pone en nombre de otros en lugar de afirmarla en su propio nombre? ¿Y por qué no defiende simplemente la no existencia de Dios?

R. Sí, Nietzsche pone en boca del loco protagonista de La gaya ciencia, primero, y del sabio Zaratustra, después, el anuncio de la muerte de Dios. Tal y como Overbec, amigo y gran conocedor de Nietzsche afirma, este autor evolucionó de manera muy teatral, pero ninguno de sus fragmentos y recursos retóricos habrían sido en vano. En este caso, la evolución en un pequeño lapso de tiempo (La gaya ciencia es de 1882 y Así habló Zaratustra de 1883-1885) de un anuncio impactante, pero en boca de un loco a un sabio conocedor de un hecho ya irrevocable, vendría dado por la necesidad de ser escuchado y tomado en cuenta. En este sentido, Nietzsche era un pensador, pero sobre todo, por lo que vemos, un escritor –es decir, tenía un modo de expresión– muy polémico, que buscaba golpear la conciencia de aquellos que lo leyesen y provocar la acción; para encaminarnos, sin duda, hacia ese humano que está por venir.

La muerte de Dios, en todo caso, es un hecho histórico del que se están percatando en el momento en que el filósofo alemán vive. Más que la negación completa de la existencia de Dios -en la que por otro lado no creo que Nietzsche estuviese interesado-, pues lo que a él le preocupa es el desarrollo de una conciencia moral autónoma, ilustrada, al margen de la fe en un Dios que asegure la trascendencia), afirma su muerte como modo de poner de manifiesto la libertad ante la que ahora se encuentra el ser humano y la necesidad –asociada a esa libertad– de actuación para la asunción de responsabilidad y afrontamiento de la realidad que está por constituir moralmente.

Ya no será el Dios cristiano, externo, el que limpie nuestros pecados y exculpe nuestras faltas, sino que todo el mal que existe corre de nuestra cuenta, debemos desarrollarnos moralmente para evitarlo. El caso es si podremos, tarea que Nietzsche dejará para ese “superhombre”.

P. Todo lo que cuentas acerca de la pérdida de valores absolutos era común en la Europa del XIX, ¿no es así?

R. Sí, en efecto. Durante el siglo XIX se ponen en cuestión antiguos pilares de Europa: con Darwin se cuestiona incluso el lugar del ser humano en la Naturaleza, pues ya no es más que un eslabón de la larga cadena de las especies y no un ser elegido y puesto por Dios en el centro del universo. Con la Revolución Industrial, que viene a completar el desarrollo científico iniciado siglos atrás, mediante la tecnificación de la vida cotidiana y el desarrollo de la tecnología, se potenciará la economía capitalista, el libre comercio y el sistema de clases en el que la posición de cada persona en el sistema social puede modificarse.

No obstante, también durante el siglo XIX, pese a no existir un único sistema de creencias unificadas, como podemos pensar que ocurría durante el Medievo, se desarrolla lo que muchos vienen considerando el nuevo “Dios”: la ciencia y su objetividad asociadas. La creencia en el progreso sin fin, cierto y constante, al que ciencia y tecnología nos llevarán se convertirán en el nuevo credo al que rendir culto de modo irracional, irreflexivo y ciego. En este sentido, la aspiración de un desarrollo autónomo de la conciencia moral, enunciado por Kant y pretendido por Nietzsche, habría fracasado.

P. No hay tiempo para más. Muchas gracias de nuevo por la charla.

R. Gracias a vosotros. Ha sido un placer.

Texto e imagen: Julio Ostalé García. Profesor tutor del Centro Asociado UNED-A Coruña y director del ciclo.

Página web del Ciclo "Las frases de los filósofos"

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